Opinión

Algo tendrá que cambiar para que nada cambie

Artículo de opinión de Javier Madrazo Lavín, publicado en EL CORREO. Febrero 2016

Vivimos tiempos difíciles, marcados por la esperanza y la decepción. Somos muchas, en España, las personas que ansiamos un cambio real del modelo político, económico, social y medioambiental. Y ahora, por primera vez desde la transición, hemos tenido la sensación, que no la convicción, de que podríamos encontrarnos en la antesala de un tiempo nuevo, marcado por el fin del bipartidismo y la superación de las desigualdades e injusticias derivadas de la imposición de una política neoliberal, al servicio del poder financiero y los intereses de las grandes empresas. La crisis económica que arrastramos desde 2008 nos ha obligado a tomar conciencia plena de nuestra propia vulnerabilidad ante un sistema sin alma, que ha condenado a millones de personas al desempleo y al empobrecimiento, sin más culpa que querer trabajar y mejorar su calidad de vida. La clase trabajadora, así como la llamada clase media, se ha sentido, profundamente agredida , en la medida en que sus sueños y ambiciones han chocado de frente con la realidad del desempleo, la pérdida de poder adquisitivo y el hecho cierto de que sus hijas e hijos se enfrentan a un futuro tan desolador como incierto. Este sentimiento de frustración e impotencia, cuando no de ansiedad, motivada por la inseguridad, está en el origen de un mayor interés por la política y un espíritu más crítico hacia sus representantes. La corrupción institucionalizada, que afecta a la monarquía, grandes partidos y gobiernos, ha desbordado las previsiones más pesimistas y ha puesto de manifiesto la hipocresía de quienes pidieron nuestra confianza para después robarnos la cartera, en la creencia de que eran impunes porque la justicia, al fin y al cabo, estaba de su lado. En este contexto, las elecciones del pasado 20 de diciembre generaron una gran expectativa, que parecía anticipar un nuevo ciclo, más sensible a las necesidades de la ciudadanía y más alejado de los dictados del Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo. Hoy, cuando ha transcurrido poco más de un mes de esa fecha, que pensamos podría ser histórica, la ilusión ha ido dejando paso al desencanto. Los protagonistas de la acción política, todos hombres, por cierto, están demostrando una incapacidad manifiesta para gestionar un país y, sobre todo, para responder a las aspiraciones de la sociedad, que les ha votado. Escenifican una obra de teatro, en la que las estrategias de comunicación tienen más valor que los programas y las demandas ciudadanas. Mariano Rajoy quiere perpetuarse en el poder para apuntalar su política económica al servicio de la Troika, Pedro Sánchez sabe que o es presidente o sus días en la secretaria general del PSOE están contados, Pablo Iglesias solo piensa en el sorpasso y en ser el único líder de la izquierda, y a Albert Rivera le basta con sentirse imprescindible, aunque sepa que no lo es. Mientras tanto, los responsables de la crisis financiera, primero, y los recortes, después, alertan del riesgo inminente de que las inversiones abandonarán España, la supuesta recuperación se paralizará y el pretendido crecimiento económico dará paso a una nueva recesión. Las corporaciones del Ibex 35 utilizan todas sus influencias para hacer posible un gobierno PP-Ciudadanos, con la abstención del PSOE, y el presidente del BBVA lanza un aviso a navegantes, al advertir que mucho cuidado con las utopías.

La Unión Europa incide en esta misma línea con el único objetivo de impedir que en España se pueda formar un ejecutivo de progreso. Su argumento principal es la posible participación, en esta mayoría , de formaciones que defienden la independencia de Catalunya e incluso el derecho de autodeterminación. Sin embargo, lo que más les preocupa, es perder su capacidad de influencia y presión sobre unas instituciones, que se han acostumbrado a dirigir en la sombra, en defensa de sus beneficios e intereses. Poco importa que se pervierta así el concepto de democracia, y que la voluntad de la ciudadanía carezca de valor. Un pésimo ejemplo, que aleja a las personas mas jóvenes de la política y quienes la representan.

La estrategia del miedo, que apela a la estabilidad como garantía de desarrollo y prosperidad, suma cada día, más voces y presiones para lograr su objetivo: un ejecutivo dócil, que no cuestione el establishment, rinda pleitesía a la banca y a las grandes corporaciones, aplauda la vigencia de la monarquía y niegue el debate legítimo sobre el derecho a decidir. Lamentablemente, tienen muchas opciones de ganar una vez más. La política y quienes la ejercen, sean viejas o nuevas siglas, no terminan de asumir que deben actuar con transparencia, honestidad y verdad, consolidando una comunidad más justa y equilibrada desde el punto de vista económico, social y medioambiental.

Sin embargo, los acontecimientos y movimientos que estamos conociendo no invitan al optimismo. La sensación que ahora mismo tenemos muchas personas en España es la misma que impregna la obra El Gatopardo de Giuseppe de Lampedusa, llevada al cine por Luchinno Visconti en 1963:"Algo tendrá que cambiar para que nada cambie".