Estatales

El 'cuéntame' de IU

Artículo de opinión. José Francisco Mendi

Hoy es domingo 25 de mayo de 2014. En España acaban de celebrarse las elecciones europeas y los resultados constatan una elevadísima abstención ciudadana que parece querer castigar a la política en su conjunto. PP y PSOE sufren las mayores pérdidas de apoyos. Más de cuatro millones de votantes les han abandonado desde las últimas elecciones generales. IU se acerca al 14% de los votos, obteniendo el mejor porcentaje electoral de su historia (incluido el PCE), y araña los dos millones y medio de papeletas.

A pesar de ello sólo se hace con una ínfima parte de los anteriores votantes del PSOE. Pero todo esto no ha ocurrido todavía. ¿O sí? Lo aquí relatado ya ha sucedido en España y, simplemente, es historia. Es algo más que un déjà vu o paramnesia. Ocurrió realmente en las elecciones europeas de 1994 hace, hará, 20 años.

Aunque podría pasar por una profecía casi obvia y no tendría mucho mérito académico atreverse a formularla. Los datos de los sondeos electorales y un somero análisis de perspectiva sociológica a corto plazo nos permiten predecir que un escenario muy similar se puede dar tras conocer los resultados de los próximos comicios europeos en España. Eso sí, sería necesario establecer al menos tres correcciones que no afectan al conjunto de lo relatado. Una abstención todavía más fuerte, la aparición de una nueva fuerza estatal como UPyD y el modo en que diversas candidaturas muy críticas con el sistema intentan representar el malestar de la indignación en las urnas.

La abstención de 1994 venía motivada, fundamentalmente, por un fuerte castigo del electorado tras diversos escándalos que acorralaban al Gobierno de Felipe González. Ahora, aunque el escenario de corrupción es la losa de Bárcenas sobre el PP, la bolsa de abstención se nutre, además, de otros rechazos más globales a los partidos, la política y Europa. Una cuestión que puede hacer que asistamos a las elecciones con una menor participación de la historia. Sin duda algo que hará que se valoren más los porcentajes que los votos y que confirmarían el ascenso de IU (a pesar de que sólo recoge uno de cada seis votos que pierde el PSOE), la consolidación de UPyD y una atomización con algunas posibilidades de representación para formaciones de izquierda nacionalista, ecologista, anticapitalista o sencillamente antisistema que intentan captar la indignación. A diferencia de 1994 no es previsible hoy un vuelco electoral que presagie como entonces una próxima derrota del partido en el Gobierno a pesar de su enorme desgaste.

Más social que electoral, no lo olvidemos. Mientras la sangría sea del sistema en su conjunto el PP compartirá su cuota de descrédito con el resto de formaciones. Algo que no ocurría hace veinte años. Si además la izquierda, en sus diversas expresiones, no ofrece nuevas propuestas más participativas y nuevos liderazgos, seguirá sin capacidad de movilización y motivación para la derrota del PP. Es más (o mejor menos), sólo se limitará a pequeños trasvases temporales de votos entre sí que reactivan viejos fantasmas del pasado reciente de la izquierda.

Este verano hemos visto con asombro algunas declaraciones que nos hacen temer por el regreso a viejos errores de la izquierda. Me refiero al contundente rechazo expresado por el actual coordinador de IU, Cayo Lara, para que personas de la sociedad civil con prestigio, coherencia e indudable liderazgo social, político y electoral pudieran encabezar una alternativa progresista de cara a próximas citas electorales. Esas declaraciones no son sólo un grave error político de quien debiera dar ejemplo de modestia, apertura y convergencia en la izquierda sino que confirman la equivocación de fondo de la estrategia política que está desarrollando IU.

Las palabras de su máximo responsable parecen restaurar un neoanguitismo político transfigurando el desastroso discurso de las dos orillas en el del final del bipartidismo donde sólo hay una izquierda verdadera en torno a IU.

Esta premisa hace que en torno a estas siglas se refugie un voto de castigo. Un voto de reacción a la contra más que de acción propositiva. Quizás porque los electores no saben si atenerse a la IU de Andalucía que gobierna con el PSOE, la de Extremadura que ha facilitado el acceso del PP a la Junta o la de Asturias que se mantiene en la oposición dejando gobernar a los socialistas pero sin atreverse a tomar decisiones desde el Ejecutivo.

Muestra de esa indecisión real es la propia indefinición de futuro que se expresa en la táctica bipolar en la que se mueve la política de IU. Por una parte la descalificación de la política de lo que denominan el ámbito "ppsoe", y por otro, la de los acuerdos necesarios para gobernar junto al PSOE y otras fuerzas de izquierda. Si se impone el primer postulado recuperaremos la marginalidad de los tiempos de Julio Anguita que tanto ayudó a la derecha.

Y si nos limitamos a esperar el desgaste de los demás para crecer internamente, por mucho que eso signifique sacrificar más derechos sociales, los ciudadanos responderán como lo hicieron hace veinte años: devolviendo a IU a la realidad tras la alucinación de unos buenos resultados electorales en Europa. Por eso la respuesta, hoy y ahora, es la suma, el compromiso y la capacidad de decisión para promover un acuerdo amplio de la izquierda que ofrezca soluciones a las personas e impulse una movilización común frente a la derecha. La necesaria regeneración de la democracia requiere cambios profundos en las tres pes de la política: propuestas, personas y participación.

Más grave que el rechazo de Lara a que personas como Baltasar Garzón puedan liderar nuevas alternativas, es el hecho de pretender acotar los mecanismos de decisión sobre candidaturas a las propias direcciones, organizaciones y militantes de los partidos evitando a toda costa la apertura real a la sociedad.

Las formas son tan importantes o más que las personas. Y dar poder de decisión ciudadana, más allá de los partidos, es imprescindible para tejer mecanismos de unidad de la izquierda consigo misma y con la sociedad. No es sólo una cuestión de cantidad y movilización que lo que puedan decidir unos cientos de militantes lo deban y quieran hacer millones de personas. Es calidad democrática. Así lo viene demandando desde hace tiempo Gaspar Llamazares, y su formación Izquierda Abierta, constituyendo fuera y dentro de IU un ejemplo de izquierda constructiva dispuesta al acuerdo y al diálogo para conformar ese frente común que demandamos frente a la derecha. En ese esfuerzo conjunto nos hemos dado cita en la denominada Convocatoria Cívica para resaltar que son muchas las personas dispuestas a colaborar en esa idea común.

Que no se trata de apoyar o no a una determinada persona de prestigio sino que son muy plurales las personalidades con capacidad de liderazgo que quieren impulsar el encuentro de la izquierda para forjar nuevas esperanzas en nuestro país. La conformación de un frente amplio de la izquierda no puede sestear esperando que pase el tiempo para demostrar una vez más que no ha sido posible y así ocultar que en realidad no interesa. No se trata de acoger en el seno de IU a otras formaciones a las que haya que recompensar por integrarse en sus crecidas siglas. Tampoco el hecho de que la unidad pueda contaminar a formaciones novedosas que basan sus esperanzas de crecimiento en pescar su porcentaje aprovechando las abundantes aguas del abstencionismo. Los procesos de unidad o son generosos o no lo serán. Por eso de nada sirven los supuestos llamamientos a la unidad de la izquierda si no van acompañados de decisiones reales.

Lo importante, y lo urgente, es la derrota del PP en donde sea y como democráticamente sea. Si sólo queremos repetir la historia con la satisfacción de un buen resultado interno podemos retroceder veinte años en el Cuéntame de la política. Pero si de verdad queremos ser útiles a la ciudadanía y derrotar a la derecha debemos ofrecer nuevas alternativas desde la defensa de lo público para recuperar los derechos sociales que están asolando los conservadores de la política y la economía. En definitiva, estamos obligados a pensar y actuar en 2014 y más allá y no sólo a rememorar con nostalgia 1994. Como señala Bogart en la magistral película de John Huston: "Si la cabeza dice una cosa y tu vida dice otra, la cabeza siempre pierde (Cayo Largo, 1948)".