Opinión
Protesta activa para ganar el futuro
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- Publicado: 02 Enero 2015
Artículo de opinión de Javier Madrazo publicado en el CORREO
“El hombre bueno se define por la protesta activa y la lucha permanente, que busca superar la injustica estructural dominante”. El autor de estas palabras es Ignacio Ellacuría, jesuita nacido en Portugalete y una de las voces más destacadas de la Teología de la Liberación, asesinado el 16 de noviembre de 1989 en El Salvador. Un año después de su desaparición tuve la oportunidad de visitar la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, en la que Ignacio Ellacuria, cinco compañeros de la orden religiosa y dos asistentes fueron tiroteados por soldados de las Fuerzas Armadas.
Su compromiso activo en favor de la opciónpreferente por las personas más pobres hicieron de él un hombre incómodo para la oligarquía y los militares. Acabaron con su vida, pero no con supensamiento. La trayectoria de Ignacio Ellacuría, así como la de sus compañeros mártires, representa todavía hoy la lucha contra la desigualad, que entonces parecía circunscribirse al llamado Tercer Mundo y que ahora está presenteen el seno de las sociedades occidentales, el llamado Cuarto Mundo, en el que día a día se niegan y recortan derechos humanos fundamentales.
Es indudable que el Papa Francisco ha traído nuevos aires a la Iglesia y al cristianismo. Su mensaje recupera los fundamentos de la Teología de la Liberación, que cuestionan un sistema de producción y consumo, el capitalismo, que está en el origen de la injusticia y la división social. Éste modo de entender las relaciones humanas y la organización del poder conecta con una lectura progresista del Evangelio, y moviliza a creyentes y a quienes no lo son en pro de políticas de redistribución equitativa de la riqueza y de avance hacia una democracia más plena y participativa.
El mundo no está hoy mejor que en 1989, cuando Ignacio Ellacuría fue asesinado. Nos enfrentamos a los mismos déficits y desafíos, en un entorno más individualista, más insolidario y más desideologizado. El poder sigue en las mismas manos, la riqueza se concentra en las mismas familias y la política está al servicio de los mismos intereses. Hablemos de la oligarquía, la lucha de clases o la casta, nos referimos a las mismas personas con idénticos objetivos. La brecha entre quienes ejercen el control y quienes somos víctimas de sus decisiones resulta tan insalvable como siempre.
En este contexto, Ignacio Ellacuría continúa siendo un referente y un espejo en el que mirarnos, uniendo teoría y praxis de liberación. Habrán cambiado muchas cosas, pero en el fondo, en aquellos aspectos que inciden en el bienestar y la dignidad del ser humano, seguimos igual. El discurso del Papa Francisco recoge, en una parte de sus propuestas, el espíritu que animó a la Teología de la Liberación, y que tanto disgustó a la jerarquía vaticana, reacia a asumir con radicalidad la dimensión social y política de la fe cristiana y a denunciar con voz profética la opresión de los pueblos y las personas, en un continente gobernado por dictadores y militares que extendieron el terror para poder actuar sin más límite que su voluntad.
La intervención del Papa Francisco en el Parlamento de Estrasburgo ha permitido recuperarla sintonía que en su día existió entre los movimientos populares transformadores y el cristianismo de base, defensor de los derechos de los hombres y mujeres más vulnerables. Por primera vez en mucho tiempo observo con optimismo como se produce este acercamiento, en un contexto marcado por la crisis económica y la desconfianza generada por quienes se han servido de las instituciones para su enriquecimiento personal y para perpetuar un modelo de desarrollo, que se basa en el abuso del poder, aunque ello implique vaciar de contenido la democracia.
La oligarquía ha controlado y controla la política, la banca y la cultura. Hemos vivido una ilusión de crecimiento sin fin, que nos ha anestesiadomientras nos hicieron creer que éramos ricos y seguiríamos siéndolo. Fue en 2008 cuando empezamos a tomar conciencia de la realidad. Nos quisieron hacer creer que la recesión sería pasajera y los brotes verdes llegarían más pronto que tarde. Hoy sabemos que no será así. La crisis no es sólo económica; también es institucional y ética. Resulta difícil fiarse de quienes ejercen la política, aunque muchas y muchos actúen con honestidad.
La sociedad civil está tomando conciencia de su fuerza y las encuestas ponen de manifiesto el fracaso del bipartidismo, pero sobre todo de los viejos modos de hacer política. No es extraño que María Dolores de Cospedal, secretaria general dela derecha, y César Alierta, presidente de Telefónica, hayan salido en defensa de la alternancia entre el PSOE y el Partido Popular, cuando no a favor de una alianza entre ambos. Felipe González ya la hizo hace un año y Pedro Sánchez apela ahora a “pactos en beneficio de la ciudadanía”. Cierran filas para salvar el bipartidismo, pero es posible que ya sea tarde.
Vivimos con miedo porque sabemos que nuestro trabajo, si lo tenemos, es precario, y nuestro futuro incierto. Sin embargo, en España este estado de shock, a diferencia de lo que ocurre en otros lugares de Europa, nos ha movilizado en lugar de paralizarnos y nos ha acercado más a la izquierda que a la extrema derecha. Personas que hace tiempo habían dejado de salir a la calle a defender sus derechos, hoy lo hacen y coinciden con jóvenes que, igual sin saberlo, ejercen “la protesta activa y la lucha permanente” que Ignacio Ellacuría reivindicaba. Todavía queda espacio para la esperanza.