Opinión
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Publicado: 14 Julio 2013
Artículo de opinión. Honorio Cadarso Cordón
Los dos primeros, donquijotes de la Mancha de la era digital, cabalgan pluma en ristre descubriendo el juego sucio del gran sargento que "apatrulla" el universo y nos libra de Bin Ladenes y Al Qaedas, y si no los mata, los tiene bien cerrados en Guantánamo. Más discreto y casi anónimo, Jordi Evole es el nuestro, periodista en mangas de camisa, con cara de despistado y de no haber roto un plato, azote de Cotinos valencianos y demás políticos corruptos de esta piel de toro.
A Jordi Evole, de momento, lo tienen suelto, y a veces le contestan, a veces se parapetan poniendo entre sus preguntas y sus no respuestas la muralla de un guardaespaldas. A los otros dos los tienen acorralados en no sé qué aeropuertos y en una embajada de un país de esos del "Alba" sudamericana en el que figuran la Venezuela de Maduro, la Bolivia de Evo Morales, el Ecuador de Correa, Nicaragua y Honduras, los niños díscolos de la Unión americana capitaneada ¿por quién si no? por el mismo gran sargento que apatrulla el universo.
Acaso todos hemos oído hablar de eso que llaman "políticamente correcto". En esta era digital, todo el mundo, especialmente periodistas y jueces, deben limitarse a ejercer su profesión dentro de los más estrictos límites de lo "políticamente correcto". Porque si no, lo más probable es que los jueces sean inhabilitados a perpetuidad, como el juez Garzón, o que los periodistas tengan que pedir asilo político en un país díscolo y mal visto por los Estaddos Unidos.
Y la misma suerte corren los altos funcionarios de la gran Banca de los paraísos fiscales, de los cuales tenemos a uno protegido dentro de nuestras fronteras.
Y lo mismo le ocurre a la prensa, a las televisiones, a todos los medios informativos. Nuestros políticos y nuestros banqueros los tienen a todos más o menos domesticados mediante subvenciones y dinero oficial. Quien más quien menos, cada ayuntamiento, cada banco, cada gobierno autonómico, cada partido político, cada chiringuito económico, financia con generosidad este o aquel medio informativo. Y si el susodicho medio informativo dice o escribe algo que no gusta a su empresa patrocinadora, habrá penalización para el medio informativo o para el periodista autor del descuido. Se quedarán sin dinero, y tendrán que bajar la persiana, o serán despedidos.
O sea que la verdad, la noticia, son lo de menos. Lo demás es el incensario, las alabanzas a los que pagan la fiesta, la defensa a muerte de las razones de los que pagan la fiesta, las copas y los sueldos de toda la plantilla.
Es la democracia de la era digital, esa con la que nos llenamos o se llenan la boca, como el manto de púrpura y encajes de oro con el que esa democracia cubre todas sus vergüenzas. No sabemos la verdad sobre Africa, ni sobre Egipto, ni sobre Turquía, ni sobre China, ni sobre el escándalo Bárcenas. Ni sobre lo que pasa en nuestro pueblo y nuestro ayuntamiento. O por lo menos buena parte de los medios informativos, buena parte de los que escriben sobre estos temas, intentan contar esa verdad a gusto de los que les subvencionan.
Pero nos quedan esos quijotes de la era digital que intentan emular a los Asange, Snowden, Jordi Evole, al reportero gráfico Julio Anguita Parrado, asesinado por el ejército americano en un hotel de Bagdad. Nos quedan otros menos brillantes o más anónimos que contra viento y marea se empeñan en contar la verdad desnuda, sin paños calientes, en sacar a la luz lo que algunos se empeñan en ocultar, en airear escándalos y corrupciones.
No es que esos periodistas solucionen los problemas, los problemas se solucionan votando correctamente, haciendo uso cada ciudadano de sus derechos como ciudadano, forzando la dimisión de los políticos incompetentes o chorizos, pagando honradamente nuestros impuestos, haciendo honradamente nuestro trabajo.
Ellos y ellas, los jueces, hagan justicia. Ellos y ellas digan la verdad en sus medios informativos. El resto nos toca hacerlo a todos los ciudadanos.