Artículo de opinión de Honorio Cadarso.
Antes de la torre de Babel, cuando aún no se había producido la confusión de lenguas y los humanos nos hablábamos con un único lenguaje, había seguramente una sola fórmula de saludo, que muy bien pudo ser la de "Kaixo", habida cuenta de la venerable y longeva antigüedad del euskera. Hoy, en cada rincón del mundo se habla una lengua diferente. Lo cual según la Biblia fue una maldición de Yaveh, por el orgullo de los humanos que intentaron hacer una torre alta hasta el cielo, y Yaveh los confundió a cada uno con un idioma diferente, y ya no se entendían, y tuvieron que dejar la torre por imposible.
Pero tal vez no ha habido tal maldición, tal vez esa multitud de lenguas que hoy hablamos en el planeta podríamos convertirlo en un juego, un deporte sentimental, una receta para comprendernos y respetarnos mejor entre nosotros.
Ahora, con esto de la globalización, andamos todos revueltos y como no sabemos de dónde es nuestro interlocutor, tiramos por la calle de en medio y saludamos con nuestra fórmula autóctona. "Kaixo", o bien "Hola".
O "egunon", o "buenos días", o "arratsaldeon", o buenas buenas tardes. Y si es la hora de despedirnos, un "agur" con un "ondo ibili".
Normal, estamos en nuestra casa, hablamos nuestro idioma, nuestro Estatuto de autonomía y nuestra Constitución y nuestros derechos históricos nos otorgan ese derecho. Eso sí, hay una cortesía cuyas reglas no están escritas en papeles ni pergaminos, pero constan en nuestros mejores sentimientos, que nos empuja a buscar un acercamiento con todos nuestros convecinos y visitantes, una cordialidad, una hospitalidad, una química, una corriente de afecto que alegra nuestras vidas y sus vidas.
Y cada dos por tres nos encontramos con un rumano/a, y a veces nos gustaría hablarle en su misma lengua, decirle "buna diua" o "noapte buna" como dicen que se dice en su lengua. Y si con un africano senegalés de la etnia djola, nos gustaría saber que entre ellos se saludan con la expresión "kasumai"; y nos encantaría despedirnos del chino/a de la tienda de al lado con un gracias en su lengua "xie-xie", o en vez de kaixo decirle "ni hao" o en vez de buenos días decirle "zao shang hao". Y si nos tropezásemos con un indio, o nepalí, hacerle esa simple reverencia de las manos juntas sobre el pecho y una leve inclinación de cabeza. Y nos sentiríamos tal vez muy a gusto saludando al marroquí, argelino o palestino, o al senegalés de etnia olof del norte del Senegal, de religión musulmana, con el saludo islámico "s´Alah malecum".
Mucho más fácil si se trata de nuestros vecinos europeos. A nadie le cuesta saludar a un francés/a con un "Bonjour, monsieur, madame, mademoiselle" o a un inglés/a con un "Good morning sir, lady" o un áspero "Gutten morgen o Gutten tagg, herr, fraulein" a un alemán/a. O con un "hello" a esos mismos centroeuropeos, y con un "bon giorno" o una "buona sera" o un "arrivederci". O con un "shalom" a un israelí. Y así sucesivamente, hasta reencontrarnos todos en aquel mundo de nuestros ancestros de antes de la torre de Babel que hablaban todos el mismo lenguaje.
No es nada, es solo una palabra rebozada con nuestra mejor sonrisa, es como decirle que deseamos que se sientan entre nosotros como si estuviesen en su propio país, que deseamos hacerles la vida posible y agradable, que nos sentimos cerca de sus problemas, de sus países, de su familia.
Una palabra no es nada, ciertamente, el viento se la lleva, y son ellos/as los que deberán aprender nuestra lengua para moverse en nuestro espacio. Se trata simplemente de facilitar el encuentro, de allanar los caminos. Nunca se sabe, en tiempos los vascos fueron emigrantes y siempre han sido y serán viajeros, en estos tiempos que corren, con unos millones de parados, nuestros compatriotas se ven impulsados a salir en busca de trabajo al extranjero, las empresas vascas abren representaciones comerciales o factorías nuevas en Asia o América.
Deberíamos acabar por aceptar que este planeta es nuestra casa común, la casa de todos los pueblos, y que todos los idiomas son nuestros y tenemos que esforzarnos por entenderlo. Siquiera en la primera palabra de un encuentro, en el primer apretón de manos.