Euskadi
Poder ciudadano
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- Publicado: 23 Julio 2014
Artículo de opinión de Javier Madrazo Lavín. Publicado en el CORREO. Julio-2014
La irrupción de Podemos en la escena política ha generado una conmoción, que supera el resultado electoral que en los últimos comicios europeos ha obtenido la candidatura liderada por Pablo Iglesias. Sumar más de 1.250.000 votos constituye un éxito, que debe reconocerse como tal, pero, en este caso, su impacto real ha sido muy superior al que se deriva de este número de apoyos. La abdicación del Rey y su sospechoso aforamiento , la coronación exprés de Felipe VI, la retirada de Alfredo Pérez Rubalcaba de la vida pública, y las repentinas reivindicaciones republicanas del PSOE y el PNV, habitualmente leales a la monarquía, son efectos colaterales del triunfo de Podemos.
Su fuerza no radica sólo en el respaldo obtenido en las urnas. Izquierda Unida, con más votos, no ha logrado nunca alterar el statu quo, ni ha preocupado a los poderes establecidos. La capacidad de influencia de Podemos tiene su origen en el hecho de que representa la oposición de una parte significativa de la ciudadanía a un modo de hacer política, que muestra signos de agotamiento. No es sólo el principio del fin del bipartidismo. Podemos amenaza, de algún modo, el futuro de un sistema, que se consideraban intocable y ajeno a las coyunturas políticas, económicas y sociales.
Felipe González logró mantenerse al frente del Gobierno cuatro legislaturas, pese a los escándalos de corrupción y guerra sucia que marcaron sus mandados, junto a dos severos periodos de recesión, el primero debido al cierre de las grandes industrias y el segundo de carácter fundamentalmente financiero. Es cierto que la huelga general de 1988 contra el Ejecutivo psocialista movilizó a millones de personas, en respuesta al desempleo y la precariedad, pero es igualmente cierto que un año después Felipe González revalidaba su tercera mayoría absoluta, pese a la pérdida de apoyo ciudadano.
Hoy las cosas son bien distintas. Hemos evolucionado a mejor. Frente a quienes quieren hacernos creer que vivimos en un mundo cada vez más insolidario y menos comprometido, el nivel de adhesión concitado por Podemos demuestra que no es así. La crisis económica y la gestión regresiva y reaccionaria de sus consecuencias nos han hecho conscientes de los abusos y atropellos de quienes ejercen el poder. Pablo Iglesias les llama la “casta” y tiene razón, aunque este término levante ampollas, precisamente entre quienes más se han beneficiado de años de opacidad y privilegios.
Resulta difícil vaticinar cuál será el futuro de Podemos. Dependerá de su capacidad para cohesionar la enorme heterogeneidad interna y para hacer compatible el espíritu asambleario con la operatividad que imponen la presencia institucional, la distribución de responsabilidades propia de una formación política y la participación en convocatorias electorales, aprobación de candidaturas y elaboración de programas. No les resultará fácil e incluso perderán en el camino esa aureola de movimiento de ruptura ciudadana con el orden establecido, que guarda paralelismos con procesos constituyentes vividos en los últimos años en Latinoamérica.
Éste es precisamente uno de los aspectos más cuestionados por Partido Popular y PSOE, que coinciden en una estrategia compartida, que pasa por descalificar a Pablo Iglesias por su colaboración con los Gobiernos de Hugo Chávez. Susana Díaz, secretaría general de los socialistas andaluces, se equivoca cuando asegura que Podemos nos lleva al “aislamientol, al corralito y a la inflación venezolana”. También lo hace la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría cuando asegura que los discursos de Pablo Iglesias “buscan la sensibilidad de la gente para utilizarla contra la democracia”.
Su problema no es Podemos, sino el rechazo que PP y PSOE generan en la ciudadanía. Y sobran razones para ello. El desempleo, la precariedad, los recortes sociales, las privatizaciones, la corrupción, la mentira, el prometer una cosa y hacer justo la contraria,… El último Deustobarómetro ofrece un dato revelador a este respecto. El 91 por ciento de la ciudadanía apoya las movilizaciones y protestas en la calle, y el 57 por ciento cree que son necesarias para que quienes se dedican a la política cambien sus posiciones.
Entramos en un tiempo nuevo, que Podemos ha sabido intuir y rentabilizar. Las medidas impulsadas para afrontar la crisis económica han empobrecido a amplios sectores de de la población, que hoy es más vulnerable, pero también más crítica y reivindicativa. La indignación se transforma en rebeldía y así se explica el “tirón” de Podemos, que concita adhesiones en un público heterogéneo. Sus votos provienen de una clase media, urbana, con una edad entre 35 y 50 años, y estudios superiores, que ha agotado su paciencia.
Pedro Sánchez tendrá que demostrar ahora que mira de verdad a la izquierda si quiere ganar credibilidad. Ya no vale definirse republicano y apoyar la monarquía, llamarse socialista y decir sí a las medidas de ajuste impuestas por la UE. Tampoco es necesario situarse en la extrema izquierda para votar a Podemos o respaldar iniciativas populares como Ganemos Barcelona , Municipalia, en Madrid u otras candidaturas ciudadanas que a buen seguro se conformarán en muchísimos munipios. Nos encontramos ante un cambio de modelo, que implica más y mejor democracia para que las personas decidamos cómo vivir, Y esto es muy bueno.