Opinión

Algo tendrá que cambiar para que nada cambie

Artículo de opinión de Javier Madrazo Lavín, publicado en EL CORREO. Febrero 2016

Vivimos tiempos difíciles, marcados por la esperanza y la decepción. Somos muchas, en España, las personas que ansiamos un cambio real del modelo político, económico, social y medioambiental. Y ahora, por primera vez desde la transición, hemos tenido la sensación, que no la convicción, de que podríamos encontrarnos en la antesala de un tiempo nuevo, marcado por el fin del bipartidismo y la superación de las desigualdades e injusticias derivadas de la imposición de una política neoliberal, al servicio del poder financiero y los intereses de las grandes empresas. La crisis económica que arrastramos desde 2008 nos ha obligado a tomar conciencia plena de nuestra propia vulnerabilidad ante un sistema sin alma, que ha condenado a millones de personas al desempleo y al empobrecimiento, sin más culpa que querer trabajar y mejorar su calidad de vida. La clase trabajadora, así como la llamada clase media, se ha sentido, profundamente agredida , en la medida en que sus sueños y ambiciones han chocado de frente con la realidad del desempleo, la pérdida de poder adquisitivo y el hecho cierto de que sus hijas e hijos se enfrentan a un futuro tan desolador como incierto. Este sentimiento de frustración e impotencia, cuando no de ansiedad, motivada por la inseguridad, está en el origen de un mayor interés por la política y un espíritu más crítico hacia sus representantes. La corrupción institucionalizada, que afecta a la monarquía, grandes partidos y gobiernos, ha desbordado las previsiones más pesimistas y ha puesto de manifiesto la hipocresía de quienes pidieron nuestra confianza para después robarnos la cartera, en la creencia de que eran impunes porque la justicia, al fin y al cabo, estaba de su lado. En este contexto, las elecciones del pasado 20 de diciembre generaron una gran expectativa, que parecía anticipar un nuevo ciclo, más sensible a las necesidades de la ciudadanía y más alejado de los dictados del Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo. Hoy, cuando ha transcurrido poco más de un mes de esa fecha, que pensamos podría ser histórica, la ilusión ha ido dejando paso al desencanto. Los protagonistas de la acción política, todos hombres, por cierto, están demostrando una incapacidad manifiesta para gestionar un país y, sobre todo, para responder a las aspiraciones de la sociedad, que les ha votado. Escenifican una obra de teatro, en la que las estrategias de comunicación tienen más valor que los programas y las demandas ciudadanas. Mariano Rajoy quiere perpetuarse en el poder para apuntalar su política económica al servicio de la Troika, Pedro Sánchez sabe que o es presidente o sus días en la secretaria general del PSOE están contados, Pablo Iglesias solo piensa en el sorpasso y en ser el único líder de la izquierda, y a Albert Rivera le basta con sentirse imprescindible, aunque sepa que no lo es. Mientras tanto, los responsables de la crisis financiera, primero, y los recortes, después, alertan del riesgo inminente de que las inversiones abandonarán España, la supuesta recuperación se paralizará y el pretendido crecimiento económico dará paso a una nueva recesión. Las corporaciones del Ibex 35 utilizan todas sus influencias para hacer posible un gobierno PP-Ciudadanos, con la abstención del PSOE, y el presidente del BBVA lanza un aviso a navegantes, al advertir que mucho cuidado con las utopías.

La Unión Europa incide en esta misma línea con el único objetivo de impedir que en España se pueda formar un ejecutivo de progreso. Su argumento principal es la posible participación, en esta mayoría , de formaciones que defienden la independencia de Catalunya e incluso el derecho de autodeterminación. Sin embargo, lo que más les preocupa, es perder su capacidad de influencia y presión sobre unas instituciones, que se han acostumbrado a dirigir en la sombra, en defensa de sus beneficios e intereses. Poco importa que se pervierta así el concepto de democracia, y que la voluntad de la ciudadanía carezca de valor. Un pésimo ejemplo, que aleja a las personas mas jóvenes de la política y quienes la representan.

La estrategia del miedo, que apela a la estabilidad como garantía de desarrollo y prosperidad, suma cada día, más voces y presiones para lograr su objetivo: un ejecutivo dócil, que no cuestione el establishment, rinda pleitesía a la banca y a las grandes corporaciones, aplauda la vigencia de la monarquía y niegue el debate legítimo sobre el derecho a decidir. Lamentablemente, tienen muchas opciones de ganar una vez más. La política y quienes la ejercen, sean viejas o nuevas siglas, no terminan de asumir que deben actuar con transparencia, honestidad y verdad, consolidando una comunidad más justa y equilibrada desde el punto de vista económico, social y medioambiental.

Sin embargo, los acontecimientos y movimientos que estamos conociendo no invitan al optimismo. La sensación que ahora mismo tenemos muchas personas en España es la misma que impregna la obra El Gatopardo de Giuseppe de Lampedusa, llevada al cine por Luchinno Visconti en 1963:"Algo tendrá que cambiar para que nada cambie".

 

 

Pensar en un fututo mejor

Artículo de Opinión de Javier Madrazo publicado en Noticias Obreras. Enero 2016

Las elecciones generales han demostrado, una vez más, que en España terminan por imponerse las prácticas y políticas más centristas, siempre cómplices con los dictados de la derecha económica, mientras que los discursos y debates recurren al viejo truco de las descalificaciones y el marketing, ideados por profesionales de la comunicación, para ocultar la falta de ideas y propuestas que mejoren de verdad la vida de las personas. Constatar este hecho resulta, cuando menos, descorazonador. Tras más de ocho años largos de crisis, con consecuencias dramáticas para una mayoría significativa de la ciudadanía, el fin del bipartidismo es en sí mismo una buena noticia, pero sería mucho mejor si viniera acompañado de un programa de gobierno, que apele a la rebeldía y defienda una nueva democracia, real y participativa; promueva la justicia social; garantice los servicios públicos; impulse una renta de garantía de ingresos universal para hacer frente al empobrecimiento y plante cara al poder económico y empresarial, exigiéndole contratos estables, salarios dignos y una fiscalidad acorde a sus beneficios, sin exenciones arbitrarias ni privilegios. No aparece que el futuro apunte en esta dirección. Escribo estas líneas cuando faltan tres días para la cita con las urnas y todo parece indicar que más allá de quien gane o con qué porcentaje, se impondrá el pacto entre quienes en campaña se han declarado diferentes, pero después, sin embargo, son más iguales de lo que jamás reconocerán.

No necesitamos gobiernos que sean correa de transmisión del poder económico y financiero, que tanto daño nos ha hecho y aún pueden hacernos mucho más. España no necesita una mera alternancia; necesita una verdadera transformación, de la mano de un gobierno que sitúe por encima de todo, a las personas y sus necesidades. Justo lo contrario de lo que hizo el gobierno del PP que apostó por representar y defender el orden ( sistema ) actual y por cumplir ciegamente las órdenes que llegaban de la Unión Europea, el Banco Central y el Fondo Monetario Internacional ,aunque estas fueran contrarias a los intereses de la población, sobre todo de la más desfavorecida.

Es imprescindible plantar cara a quienes ostentan el verdadero poder, aquellos que no se presentan a las elecciones , y que muchas veces se comportan como una verdadera mafia, que amenaza, chantajea y deja caer a los más débiles a un pozo negro, del que escapar es un milagro.

Es una incógnita el papel que desempeñará Ciudadanos y la gestión que harán del importante capital político acumulado. Habrá que ver si a la hora de la verdad se alinearán con las políticas de la derecha y de apuntalamiento del sistema, o si verdaderamente darán un impulso a la necesaria regeneración de la Democracia y las instituciones del Estado de Derecho.

Así mismo, queda por ver si el PSOE emprende un nuevo rumbo en su trayectoria, desarrollando un verdadero giro a la izquierda, o si por el contrario sigue sin romper el cordón umbilical con el llamado felipismo y las políticas neoliberales. Si no es así, correrá el riesgo de caer en la irrelevancia y de ser sustituido por los llamados partidos emergentes.

Podemos , bajo el impulso del 15M , ha traído consigo la ilusión y ha alimentado el sueño de un mundo mejor en el que creen y por el que luchan tantísimas personas. Debemos reconocer como gran conquista de la fuerza morada, la capacidad de haber modificado la agenda política general, al incorporar al debate político preocupaciones y demandas ciudadanas que han alterado los discursos y las apuestas del conjunto de organizaciones políticas. Sin embargo, su obsesión por arañar votos, les ha conducido a una cierta ambigüedad ideológica y a una excesiva mirada, especialmente en algunas materias, al centro político, un carril más seguro por el que circular, pero también por el que hay que pagar un alto peaje : el de la renuncia a mchos ideales en pro del pragmatismo.

Nos encontramos en un momento político muy esperanzador, con una superación del bipartidismo y de las mayorías absolutas, que requerirán de mucho diálogo y acuerdos trasversales, en orden a lograr consensos que garanticen la gobernabilidad y la toma de decisiones. La necesidad de establecer contrapesos redundará en beneficio de las clases populares, y del freno al uso y el abuso de las instituciones, en favor de intereses personales o partidistas.

Resulta frustrante comprobar cómo, en muchas ocasiones, se apela a conceptos positivos como pluralidad y estabilidad, con la finalidad de legitimar acuerdos sin contenidos y sin más hoja de ruta que distribuir ministerios y parcelas de poder. Hemos recuperado, en cierta medida, el interés por la política; ahora nos queda recuperar la confianza en ella. Y ésta sólo llegará con hechos. La recuperación económica, tantas veces proclamada y tantas otras negada por la realidad , sólo será creíble cuando venga acompañada de puestos de trabajo estables y con derechos laborales reconocidos, y políticas sociales que hagan frente al empobrecimiento, que hoy se extiende como una lacra incluso entre la clase media. Es urgente, entre otras muchas cosas,el blindaje constitucional de derechos sociales básicos; el fin de las puertas giratorias, de la pobreza energética o de los desahucios; garantizar de un modo efectivo la independencia judicial; así como reformas estructurales :modificación de la injusta ley electoral o revisión de la estructura territorial del estado( derecho a decidir, sistema de financiación, clarificación competencial…).

Quienes tienen en sus manos los votos necesarios para liderar la revolución democrática, que muchas personas esperan, deben ponerse las pilas sin dilación. Ha llegado el momento de revisar las bases y el modelo que surgió de la primera transición, que nos ha conducido a una democracia de baja intensidad , al dar la espalda a la voluntad ciudadana, y que hoy muestra claros síntomas de agotamiento , con la corrupción como un exponente claro de la propia degradación del sistema institucional y político. Esta enfermedad no se curará sólo con paños calientes. Necesita bisturí. El tiempo apremia. Quién o quiénes gobernarán es importante, pero también lo es el rol de que quiénes ejerzan la oposición. Es de esperar que no se dejen cautivar por los muros del Congreso que les aislarían de las calles, y no sucumban a los debates de guante blanco de la tribuna de oradores. El centro es cómodo y seguro, pero la revolución democrática requiere de riesgo y valentía. Ojalá triunfe ésta última, más pronto que tarde. Movilicémonos y asumamos nuestra responsabilidad. El futuro depende de todas y todos.

 

 

Necesitamos una Syriza

Artículo de opinión de Javier Madrazo, publicado en el CORREO. Julio 2015

El 24M las candidaturas  de verdadera  confluencia, encabezadas por nuevos liderazgos (Manuela Carmena, Ada Colau…) han obtenido unos  magníficos resultados ( mejores que las candidaturas de partido) que  han   materializado el cambio en las principales ciudades.  Por ejemplo,  Ahora Madrid al ayuntamiento ha obtenido el 31% de los votos y  Podemos a  la  Comunidad Autónoma el 18%.

El mensaje a extraer   es claro. Cuando la izquierda se une, es más fuerte y genera ilusión en la ciudadanía. Y cuando no lo hace, favorece la consolidación del eje PP-PSOE-CIU.  Lo que  es evidente a los ojos de la gente parece difícil de entender por los estados mayores de los partidos. Siguen primando  los  intereses partidistas y la búsqueda de la  hegemonía  , sobre  la  conformación de  alternativas sólidas y unitarias al servicio del rescate ciudadano y  la regeneración democrática. Es decepcionante que no se aproveche desde la izquierda alternativa  esta oportunidad  histórica que se nos presenta, para afrontar la próxima cita electoral en las mejores  condiciones  para  conseguir  el triunfo en las urnas.

Inicialmente  sucedió con IU que, antes de la europeas y ofuscada por las encuestas, rechazó el acuerdo con Podemos .Ahora sucede lo mismo con Podemos que,  sabiéndose en posición de fuerza, rechaza el acuerdo con IU. Y además lo hace desde el desprecio, la arrogancia y la humillación . Es cierto que el aparato del PCE, quebrando la apuesta  por la  convergencia y la apertura que  formuló en la década de los 80, y desde el sectarismo más absoluto, ha arruinado definitivamente el proyecto de IU, siendo las elecciones generales su estación final. Pero IU y sus bases se merecen un respeto  y una consideración,  porque hablamos de hombres y mujeres que llevan muchos años en la lucha por la mejora de  las condiciones de vida de los trabajadores y las clases populares. Son inaceptables   declaraciones como las realizadas por Pablo Iglesias (posteriormente matizadas) diciendo que los de IU eran “unos cenizos y unos tristes” ,  que “no han hecho nada en veinticinco años” o ” que se cuezan en su salsa y se queden con su bandera roja pero que nos dejen en paz”…

Me parece un gran error que Podemos haya querido imponer su sigla  como paraguas electoral común. Con un 14% de los votos esta pretensión , además de   injustificada(teniendo en cuenta que  hay otras opciones de izquierda que son mayoritarias en Cataluña, Euskadi, Navarra, País Valencía,  Baleares o Galicia )   arruina las posibilidades de acuerdos  con el resto de organizaciones  a las que no se les da otra opción que disolverse.  Quién tiene más fuerza y liderazgo en el campo de la izquierda, es quien debe mostrar más generosidad, tolerancia y humildad  para articular la Unidad Popular desde el respeto a las identidades plurales. Generosidad con los de fuera , pero también con los de dentro. Resulta sorprendente el sistema de primarias que ha puesto en marcha  Podemos para elegir a sus candidaturas a las elecciones generales. Un sistema teóricamente de listas abiertas pero que a través del  método de “lista plancha” dará como resultado que todas las personas elegidas sean  del grupo oficialista, sin presencia alguna del resto de sensibilidades del partido. Además, en el afán por controlar de modo férreo el grupo parlamentario,  lanzan un sistema de elección por circunscripción única  que rompe con el principio de respeto a la plurinacionalidad del Estado.  Ello  dará como resultado la proliferación   de los llamados “paracaidistas”(personas no arraigadas en los territorios).  No es de extrañar el malestar y los pronunciamientos críticos contra este reglamento ( que bebe de lo peor de la vieja política) de muchos círculos y órganos de dirección .

 Los últimos resultados  ponen de manifiesto que la Izquierda  puede ganar las elecciones  y dar un giro radical a las políticas antisociales y austericidas impulsadas por el PP y el PSOE, que han colocado a nuestro país en una situación de emergencia social con unos niveles  dramáticos de desempleo , precariedad y pobreza totalmente inaceptables . 

Ni antes IU era la Syriza española  ni ahora lo es Podemos. Al igual que en Grecia aquí también necesitamos una Syriza , es decir, una plataforma  o frente común que acoja al conjunto de componentes de la izquierda transformadora, desde el respeto a sus trayectorias e identidades. Sin que nadie tenga que renunciar a lo que es,  y sabiendo que el nexo de unión es el programa compartido. Esa sí sería una fuerza ganadora que estaría en condiciones, al igual que en Grecia, de plantar cara,a la tiranía de la banca, de los  poderes económicos dominantes y a las instituciones  que están a su servicio. 

De lo contrario, si la Izquierda va desunida y fragmentada, estaremos condenados o bien a reeditar el gobierno del PP con el apoyo de Ciudadanos y la abstención de Convergencia,  o a que el cambio lo protagonice el PSOE con el apoyo de Podemos ( que contará sin duda con un grupo fuerte  pero a todas luces insuficiente para liderar el nuevo tiempo). Y el  PSOE,  a estas alturas lo sabemos muy bien, no es garantía de cambio por mucho maquillaje y lifting que se haga. 

 

 

Abrir las ventanas de la política

Artículo de Javier Madrazo. publicado en Noticias Obreras. Junio 2015

La crisis económica ha traído consigo, entre otros muchos factores negativos, altos índices de desempleo, empobrecimiento de importantes sectores de la población, recortes de derechos laborales y sociales, desahucios de viviendas y pequeños negocios, privatizaciones de servicios públicos y precariedad en el mercado de trabajo, especialmente entre las personas más jóvenes y las mujeres. El panorama no puede ser más desolador. Sin embargo, como en todos los periodos negros también hay elementos positivos, que merecen ser subrayados. En España, la crisis económica está en el origen del desafecto ciudadano hacia las élites que ejercen el poder, un fenómeno nuevo, que ha despertado la indignación de millones de personas, que por primera vez en mucho tiempo son conscientes del valor de la política para defender sus derechos y apelan a la democracia real para que su voz no sólo sea escuchada sino también y sobre todo tomada en consideración.

En este contexto, formaciones políticas alternativas como Podemos y Ciudadanos ganan adhesiones y erosionan, por fin, el bipartidismo, en el que Partido Popular y PSOE han vivido cómodamente instalados, en la confianza de que este estatus tenía carácter vitalicio. España ha vivido cuarenta años de democracia tutelada por las élites, que escribieron un relato falso de la transición para perpetuarse en el poder, engañando a la ciudadanía con el señuelo del voto cada cuatro años y un régimen de libertades(cada vez más disminuido) y participación, en el que se nos ha negado siempre el derecho a decidir cómo queremos vivir y cómo queremos organizarnos. Nos han tratado como a personas sin criterio y voluntad, nos han anestesiado vendiéndonos el espejismo del crecimiento y el desarrollo, y, en última instancia, nos han abocado al consumo irrefrenable como garantía de felicidad. Mientras tanto muchos de quienes han mandado se han enriquecido sin límite, han blindado su futuro con pensiones millonarias y se han creído al margen de la justicia, ocultando sus vergüenzas en paraísos fiscales y empresas pantalla.

Debemos desear que los resultados electorales y las alianzas surgidos de la cita con las urnas corten de raíz estas prácticas y hábitos, confiando que la presencia de un mayor número de agentes en el terreno de juego obligue, al menos, a ser más combativos contra la corrupción y más solidarios con las personas que se encuentran en una mayor situación de vulnerabilidad. Son muchas las necesidades y también muchas las expectativas. La ciudadanía, cansada de sufrir en solitario el impacto de la crisis económica y defraudada por los incumplimientos y tropelías de muchos de quienes ejercen la política, no aceptará esta vez nuevos fraudes y pactos oscuros de reparto de poder como ha ocurrido en el pasado. Esperemos que la exigencia sea ahora mucho mayor, y las prioridades que marcarán los pactos post-electorales estén condicionadas por la urgencia de impulsar la economía real, crear empleo de calidad y promover acciones que contribuyan a regenerar la democracia y recuperar los derechos y libertades que nos han sido arrebatados en estos últimos seis años.

Los comicios generales serán la auténtica prueba de fuego para propiciar un cambio de modelo o, cuando menos, para gestionar las instituciones con mayor transparencia y contacto con la calle. Las encuestas unas veces aciertan y otras se equivocan cuando distribuyen escaños y porcentajes de voto, pero siempre atinan cuando reflejan los sentimientos y percepciones de las personas. Hay unanimidad en poner de manifiesto cuáles son las preocupaciones ciudadanas -el mercado de trabajo y la ética en la política- y ahora sólo queda que quienes tienen potestad para ello actúan en coherencia.

Un lugar para vivir, un derecho humano

El derecho a la vivienda, entendido como un derecho humano fundamental, ha recuperado vigencia en el debate político y social, en gran medida como respuesta a la ola de desahucios, consecuencia directa del austericidio y el empobrecimiento de una parte importante de la llamada clase media, que se ve imposibilitada para hacer frente a los créditos contraídos al perder su puesto de trabajo.  Es obvio que todas las personas necesitamos un hogar en el que poder desarrollar, de un modo autónomo, nuestro proyecto de vida. Sin una vivienda digna nadie puede tener una vida digna.  Hablamos de una demanda ciudadana legítima, consagrada en la Constitución española del año 1978, que las Administraciones Públicas competentes siempre han incumplido.

En este sentido, constituye una buena noticia que PSE, Bildu y UPD hayan alcanzado un acuerdo para impulsar en Euskadi una Ley de Vivienda, que reconozca, por fin, el derecho subjetivo a un lugar en  el que poder vivir. Se trata, sin duda alguna, de un paso hacia adelante, que conecta con el espíritu del Anteproyecto de Ley de Garantía del Derecho Ciudadano a una Vivienda Digna, que Ezker Batua-Berdeak  remitió al Parlamento vasco para su aprobación en el año 2009, en su etapa en el Gobierno vasco. No fue posible, entonces, en gran medida por la negativa de las formaciones que ahora impulsan esta propuesta, que, en cualquier caso, es bienvenida. Euskadi no es ajena al drama de los desahucios y la vivienda constituye aún para muchas personas  una suerte de  privilegio inalcanzable.  

No deja de ser curiosa, en este sentido, la reacción del Gobierno vasco y la formación política que lo sustenta, denunciando el contenido de esta iniciativa, tan legítima como bien fundada, recurriendo al tópico del “efecto llamada”, tantas veces empleado por el partido Popular para descreditar, por ejemplo, la Renta General de Ingresos y la Prestación Complementaria de Viviendas. Una vez más, se recurre a un argumento tan manido como demagogo, que no es otro que el temor, que se alienta con el propósito de impedir el ejercicio de un derecho, que las Administraciones Públicas deberían intentar garantizar en lugar de rechazar, como ocurre en este caso. Ezker Batua-Berdeak consensuó con el PNV, hace ahora seis años, una propuesta legislativa de implantación progresiva, según la cual, en una primera fase,  todas las personas con ingresos anuales  inferiores a 22.000 euros, un colectivo de 8.000 hombres y mujeres en  aquel periodo, accederían a una vivienda en alquiler en el plazo máximo de cinco años. 

El objetivo no podía ser más ambicioso: hacer realidad el derecho subjetivo de todas las personas a un techo. Una opción real y viable, siempre y cuando el Ejecutivo autónomo asumiera el compromiso de construir 35.000 viviendas en alquiler protegido en diez años. La proximidad de los comicios autonómicos condenó al fracaso esta iniciativa, que hubiera prosperado si los cálculos electorales y los intereses partidistas no se hubieran impuesto sobre el interés general, dejando pasar una oportunidad que ahora puede retomarse con éxito. Ojalá sea así. Confío en que el texto pactado  pueda ver la luz  porque son muchas las personas que se beneficiarán de ello y las instituciones de Euskadi serán modelo de sensibilidad social, una seña de identidad irrenunciable, que habría de presidir todas sus actuaciones. En este sentido, el PNV debería desmarcarse del discurso del Partido Popular y buscar acuerdos para que nuestra Comunidad se sitúe en el ránking de los países más avanzados y progresistas en materia de vivienda. En Escocia se puso en marcha una iniciativa similar con resultados muy positivos.

Euskadi ha sido y debe ser un referente de progreso en un contexto de recortes de derechos y prestaciones, demostrando que se puede gobernar con conciencia, primando el bien general sobre el bien particular. Apoyar a las personas con mayores dificultades, aquellas que se encuentran en situación de mayor vulnerabilidad al carecer de una vivienda digna, es una obligación irrenunciable de quienes ejercen el poder. No hablamos de solidaridad, sino de justicia.  Las Administraciones Públicas, en Euskadi y el Estado, han respaldado a menudo la propiedad en detrimento del alquiler porque han considerado la vivienda un negocio y no un derecho. Y ésta y no otra es la razón que está en el origen de la especulación y la corrupción en el sector inmobiliario. Siendo Consejero de Vivienda y Asuntos Sociales del Gobierno vasco mi primera intención fue promover un parque público de alquiler, impidiendo que dinero público se invirtiera en pisos destinados a la propiedad, que en un plazo de veinte años fueran libres y pudieran venderse como tales a precio de mercado.  

Lo logramos y fue un gran avance en un largo camino que ahora el Parlamento vasco podría profundizar, pese a la oposición del PNV y el Partido Popular. El derecho subjetivo a una vivienda no es una demanda revolucionaria, ni mucho menos utópica o populista. Es factible y viable, como lo fueron en su día la sanidad o la educación, aunque hoy estén también en cuestión. Comparto la penalización de la vivienda vacía, estableciendo un canon que la grave, porque creo que una medida de esta naturaleza favorecería su alquiler. Fué una propuesta pionera, no bien entendida, que ahora puede y debe ser una realidad. Esta iniciativa  debería ir acompañada del  fortalecimiento del programa que pusimos en marcha ,  Bizigune, de movilización de vivienda vacía,  y que en los últimos años ha ido perdiendo fuerza y atractivo por los recortes practicados en materia de vivienda  tanto por el gobierno de López como de Urkullu.  

Deseo que pronto sea una realidad el reconocimiento del derecho subjetivo de todas las personas a una vivienda en alquiler. Ganaremos todas y todos. 

 

El centro no existe

Artículo de Opinión publicado en http://www.espacio-publico.com/

Javier Madrazo Lavín

La celebración de generales el próximo 20 de Diciembre ha contribuido, una vez más, a poner blanco sobre negro un déficit democrático en España, que evidencia la incapacidad de las formaciones políticas para presentarse ante la ciudadanía con programas reales que tengan la voluntad de cumplir y un posicionamiento ideológico firme.

Desde el mismo día en el que el presidente del Gobierno anunció la fecha de los comicios generales, los cuatros partidos políticos con mayores opciones —PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos— se han lanzado a ocupar un mismo espacio, el centro, en la convicción de que sólo así lograrán sumar más votos y situarse como opción preferida por un mayor número de personas.

Consultores y estrategas coinciden en afirmar que las elecciones se ganan desde el centro, y puede que tengan razón. Argumentan que aproximadamente el 40 por ciento de la sociedad formaría parte de este amplio colectivo, integrado por más mujeres que hombres, con un nivel formativo medio-alto, un tramo de edad situado entre los 35 y los 55 años, y mayoritariamente con empleo, aunque no siempre estable y bien remunerado. Son personas que se sienten alejadas de las posiciones de extrema izquierda y extrema derecha, que cuando tienen que definirse, en una escala de 0 a 10, apuestan por el 5, el 4 o el 6. Concretamente, según el CIS, en este espectro ideológico estaría representado el 41 por ciento de la población.

Así se explica que el PP se defina como centro derecha, el PSOE como centro izquierda, Ciudadanos como centro-centro y Podemos esté intentando acercarse tanto al centro, que ha terminado por alejarse de sus orígenes, abandonando los círculos y el debate participativo, que tanta ilusión generaron hace ahora exactamente un año. Estas cuatros formaciones políticas, que hacen grandes esfuerzos día a día para diferenciarse unas de las otras en sus comparecencias públicas ante los medios de comunicación, después, en la práctica, modulan sus discursos para convencer a las mismas personas, empleando para ello argumentos similares, en los que sólo caben ligeros matices.

Las ideologías se alejan de los orígenes

Sin duda alguna, nos adentramos de este modo en un círculo vicioso, en el que las ideologías o mueren o se debilitan hasta perder su razón de ser. Nunca como ahora las ideas y posiciones claras y firmes han sido más necesarias. Ser de centro es legítimo, como lo es sentirse de derechas, pero ser de izquierdas y reconocerlo debería ser, además, un motivo de orgullo, máxime cuando el empobrecimiento de la ciudadanía, la privatización de servicios públicos como la educación y la sanidad, o las altas cota de desempleo desmoronan cualquier atisbo de recuperación creíble, más allá de cifras macroeconómicas sin ninguna incidencia en la vida de las personas.

Todo ello sin mencionar la corrupción o el deterioro de un sistema que se llama democrático, pero niega la voz a las minorías y se muestra incapaz de escuchar las demandas de la sociedad. La campaña electoral constituye una buena oportunidad para exigir a las formaciones políticas que actúen con honradez y transparencia. Debemos instarles a que nos cuenten la verdad y pedirles que asuman sus compromisos por escrito y públicamente. No podemos resignarnos a líderes y mensajes prefabricados, que sólo quieren arañar votos, vengan de donde vengan, para que después gobiernen como quieran y con quien quieran. El centro sólo es una metáfora para justificar decisiones que imponen el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea de Angela Merkel. Que no nos engañen.

Podemos debería ser plenamente consciente de ello y no sumarse a una estrategia que le aleja de la nueva política, que aspiran a capitalizar, y le acerca, por el contrario, a todo aquello que habían denunciado hasta que la carrera por el poder se convirtió en su hoja de ruta prioritaria. La formación liderada por Pablo Iglesias ha dado por buenas medidas que lesionan la democracia y la participación política, como es la exclusión de Izquierda Unida de los debates electorales. Debo reconocer que me esta decisión me ha decepcionado más incluso que su presencia en la mesa convocada por el Gobierno de Mariano Rajoy para defender el llamado pacto antiterrorista contra el yihadismo, suscrito tras los terribles atentados perpetrados en París.

Es posible que esté equivocado y todo valga para ganar puntos en las encuestas y votos en las urnas; es posible también que me haya quedado anclado en el pasado y crea aún en las ideologías, aunque unos y otros se esfuercen por darlas por enterradas. No me gustan quienes se protegen bajo el paraguas del centro porque al final dan todo lo malo por bueno o, cuando menos, por necesario. Las élites políticas son las que más cómodas se sienten en este escenario. Saben que no se cuestionan los cimientos del modelo que urdieron en la transición. La campaña electoral pondrá, en evidencia, una vez más, que las ideas se supeditan a los mensajes, que éstos sólo buscan titulares, y los candidatos a presidente, todos hombres, por cierto, intentan convencernos de que en el centro está la verdad.

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